Volver a la tierra de los ancestros, descubrir que “no hay señal”; mirar el verde hasta donde la vista alcanza, oír el sonido de los pájaros, la algarabía de las gallinas y a Toña, la lora, reírse a carcajadas todo el día; ir a la huerta, coger las cebollas, el cilantro, las habichuelas, la yuca, las naranjas y las yerbas aromáticas; ver cafetales hasta donde la lejanía cambia el color de las montañas por azul oscuro; respirar aire puro y sentir que la paz en aquel rincón del mundo no es una utopía, es sentirse en el paraíso. Si no fuera porque...
Hace algunos años, no tantos, las alacenas de todas las familias colombianas se surtían de nuestros campos, una despensa que parecía infinita. Ahora Colombia tiene que importar maíz, arroz, carne, pollo...