“A veces me pregunto qué he hecho para merecer algo tan bueno”, fue lo que me dijo hace poco Piccola Dowling, una mujer que en enero pasado perdió a su hija Astrid, de 21 años.
¿Cómo puede decir esto alguien que pasa por semejante dolor?, me pregunté al escucharla. No es una actitud de locura, ni mucho menos de desamor, tampoco de evasión. Piccola descubrió que la enfermedad y muerte de su hija, en medio de la pena que le causan, podría ser una fuente de muchas bendiciones para ella y para quienes conocemos su historia. Historia que me vi en la responsabilidad de compartirla.
Piccola vino de Perú a los Estados Unidos, con su familia en búsqueda de un tratamiento para Astrid, quien sufría una delicada enfermedad en los plumones desde los ocho...