Finalmente, el mundial llega a su fin y una vez más pude contemplar el poder contagioso que el deporte tiene de hacernos sentir parte de una misma realidad. En Rusia, como ocurrió en Brasil, la selección liderada por Pekerman logró hacernos respirar al unísono.
Es como si el fútbol tuviera la capacidad de aprovechar una realidad latente, de volver a los colombianos conscientes de la existencia de un vínculo profundo y visceral que los une a todos, transcendiendo las diferencias.
La imagen que tengo de esta realidad es la de millones de colombianos que se ponen la camiseta amarilla de la selección, en un ritual poderoso de identificación nacional. Se desnudan de todas sus diferencias para llevar una identidad compartida. Es un acto recordatorio,...