Cuenta una respetada profesora universitaria –feminista, estudiosa de las ciencias sociales–, casada con un artista, que hace unos años, cuando su hijo mayor era un adolescente, pidió permiso para que su novia se quedara a dormir en la casa. Sin vacilar, la pareja se reafirmó como una unión de pensamiento liberal y accedió a la solicitud del joven.
La hija menor tomaba nota en silencio.
Un par de años después, la “niña” tuvo la misma inquietud. El libre pensamiento se demoró en acudir a los labios de los padres, quienes se reunieron en privado a “considerar” el asunto. Los esposos se miraron a los ojos: les costaba reconocerse a sí mismos, Savergonzados de la actitud que acababan de asumir ante su hija por una razón única: era mujer.
Por ahí se...