Un buen día para valorar y agradecer a Dios el haber nacido en un país de fe y de una familia cristiana, don del que no disfrutan millones de seres humanos en el mundo.
Un día muy adecuado para recordar que por nuestro bautismo estamos comprometidos a ser testigos de Cristo hasta en los últimos rincones de la tierra, sin olvidar, por supuesto, los “rincones” de nuestro propio hogar, de nuestra escuela o universidad, de nuestro lugar de trabajo o de vida social.
Un día muy propio –aunque ojalá no sea el único– para orar por todos esos hombres y mujeres admirables que han dejado patria, familia, idioma y relativas comodidades para ir a predicar a Cristo en lugares remotos, y que tanto necesitan la ayuda de Dios para soportar penurias, desalientos,...