A mediados de diciembre de 2011 se reveló desde Pyongyang que Kim Jong Il, gobernante supremo de Corea del Norte, había muerto. Tras diecisiete años de un poder heredado ahora él dejaba el mando a su hijo, un relativo desconocido que no llegaba a los treinta años. Kim Jong Un, nieto e hijo de los máximos líderes de esa extraña dictadura hereditaria, estaba ahora a la cabeza de una nación nuclear. La más hermética del mundo.
La geopolítica vivió entonces una especie de histeria colectiva. ¿Sería la inexperiencia del sucesor razón suficiente para que se desatara una guerra con el Sur? ¿Buscaría demostrar fortaleza a punta de bombardeos? ¿Estaría interesado en el diálogo?
Los temores tuvieron sus respuestas. Las amenazas del nuevo gobernante hacia...