Este editorial fue publicado el pasado sábado 8 de abril: “Resulta difícil no sentir algún grado de satisfacción emocional y de justicia efectiva, saber que los misiles estadounidenses sí explotaron en un aeropuerto en Siria el jueves pasado. El presidente, Bashar al-Assad, necesitaba entender que su brutalidad tendría, finalmente, un costo en el caso del uso de las armas químicas con gas sarín, agente nervioso de uso prohibido, con el cual asesinó a numerosos civiles a comienzos de esta semana en una de las peores atrocidades de su guerra civil en Siria”.
“Pero es igualmente inquietante no sentirse preocupado por las innumerables preguntas que planteó la decisión del presidente Trump. Entre estas: ¿Fue un acto legal? ¿Fue una respuesta...