Una vez una joven vino muy afligida a contarme que se había practicado un aborto años atrás. Tenía la idea de que lo que había hecho era imperdonable. No obstante, quería confesarse. La acogí y le dije que Dios miraba con bondad su corazón arrepentido, pero tuve que decirle también que no podría confesarse con cualquier sacerdote. Pese a su arrepentimiento sincero, se sentía parcialmente rechazada. Quiso desistir de esa idea. Yo llamé a un sacerdote que pudiera confesarla y así lo hizo. La chica fue recobrando la paz que durante años había perdido y se propuso a sí misma no cometer jamás un acto como este.
El Papa Francisco ha publicado, tras finalizar el pasado 20 de noviembre el Año de la Misericordia, (que había iniciado el 8 de diciembre...