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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

Publicado

El aire se consoló a sí mismo

Por arturo guerrero

arturoguerreror@gmail.com

Las montañas occidentales de la capital de la República trazan en estos días sus perfiles, tal como los encontró Jiménez de Quesada en 1538 cuando plantó en la sabana contigua la ciudad de las doce chozas. Al otro lado, al oriente, los cerros son tan cercanos que desde las calles contiguas se dejan numerar los árboles y casi los pájaros.

No es gracia ufanarse por la visibilidad de estos cerros. En cambio, es hazaña contemplar al caer la tarde esa línea continua de la Cordillera Oriental, más allá de la cual se despeñan hacia occidente las nubes en medio de un degüello de soles, como dice la canción.

La hazaña es factible porque luego de casi tres semanas de cuarentena, se fue la polución. Desde una azotea o ventana alta se nota que la capa parda de esmog ya no está ahí flotando y estorbando. La ciudad está cómoda sin los humos de las industrias y de los tubos de escape automovilísticos.

La luna casi llena mira estática desde el cielo azul opuesto. Se puede respirar, pero no se puede respirar. Las medidas antivirus prohíben ir a los parques donde tantas personas podrían hacer invulnerables sus pulmones a la pestilencia. De modo que cuando más transparente es la región, menos ofrecida está a la respiración.

Cuesta trabajo imaginar que en pocos días la atmósfera se haya transformado tanto. Sin máquinas descontaminadoras ni refinados sistemas de aspirar partículas dañinas. Nada. Solamente se echó candado a los garajes y se apagaron los hornos que fraguan la tramoya contemporánea.

Casi de inmediato la naturaleza se reacomodó y demostró que no estábamos en la víspera del fin del mundo, provocado por la contaminación infinita. No había tal infinitud, los gases se fueron al espacio cósmico y entró tranquilo el buen oxígeno. Sí se pudo. Igual sucedió con ríos y playas, que recuperaron los colores verdes y azules, porque los sedimentos se aplacaron y los derrames de aceite cesaron.

No se necesitaron préstamos en dólares o en yuanes, ni comisiones de expertos sanitarios en japonés o alemán. Solo fue asunto de parar la máquina y resistir un tiempo. El aire se consoló a sí mismo, los animales bajaron y confiaron, el calentamiento global se desinfló. El globo se está salvando. Es una de las ganancias del coronavirus. La pregunta de hoy es cómo seguir ganando.

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