Difícil imaginar qué se siente: empuña el rifle; define el blanco a través de la mira; afina el pulso. Allá a lo lejos, un animal desprevenido. Un animal como cualquiera, que igual al que lo tiene en la mira, requirió 4.600 millones de años para estar allí a esa hora.
No sabe que tiene los segundos contados. El rifle lo empuña alguien a quien la muerte proporciona placer, le permite alardear, sentirse pleno por matar a quien no le causaba ningún problema.
Así mataron a Cecil, el emblemático león de Zimbawe. Lo mató un odontólogo gringo ayudado por guías que se vendieron por un puñado de dólares. Claro que el sadismo fue mayor: quedó herido por una flecha y durante 40 horas agonizó mientras su victimario lo perseguía para propinarle la estocada...