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No sobra ninguna voz, ninguna proclama, ningún hecho que exteriorice el dolor por la muerte de los soldados de la Fuerza de Tarea Apolo, y la condena de la actitud planificada, criminal, a mansalva y punible de la columna Miller Perdomo de las Farc, en el municipio de Buenos Aires, en el norte del Departamento del Cauca, al amanecer del pasado miércoles.
La decisión presidencial de reanudar los bombardeos a campamentos de este grupo delictivo es absolutamente legítima y esperada, como una de las reacciones necesarias ante el rompimiento del cese al fuego unilateral, declarado por las Farc. Ahora, lo esperable, es que la acción contundente de las fuerzas legítimas del Estado, reafirmen las circunstancias que llevaron al grupo subversivo al diálogo y crearon la esperanza de encontrar en la subversión, al menos un vestigio de racionalidad.
El tránsito por el camino hacia acuerdos definitivos en las conversaciones de La Habana, venía progresando a ritmo adecuado, según la experiencia en múltiples procesos que en el mundo se han dado. La opinión mayoritaria del país, mostraba complacencia con el desescalamiento del conflicto, aspecto que permitía un razonable optimismo. Lo ocurrido en el Cauca, crea la desafortunada posibilidad de un nuevo escalamiento de las acciones de guerra a nivel nacional, y la pérdida incremental de vidas inocentes, como las de los once militares en comento, producto de la lógica (si así puede llamarse), que ha guiado a la subversión en su medio siglo de vida, y no a la racionalidad que la realidad del mundo de hoy impone.
Lamentablemente, esos hechos que pueden resultar fatídicos, evidencian una vez más las realidades del conflicto. Ejemplo, que la paz no está a la vuelta de la esquina, que estamos inmersos en la cultura de la violencia, el narcotráfico y la venganza, que si bien la guerrilla está derrotada en su propósito de llegar al poder por medio de las armas, aún mantiene amplia capacidad de daño a la sociedad y a los intereses del Estado. Que ella, la guerrilla, no está obligada a escoger su mejor escenario, que es la negociación para ganar la posibilidad de hacer política dentro de la democracia, sino que puede decidir suicidamente ir militarmente hasta su derrota final, sin importar la suerte del pueblo que ha dicho defender.
De otra parte, opino que en función de los intereses de la Nación, la mejor opción para el gobierno no es levantarse de la mesa de negociación, sino demostrar con hechos su poder asimétrico prevalente, y que su actitud no es producto de la debilidad, sino del compromiso con el bien supremo de la paz.
Lo sucedido arroja luces para entender que, construir esa paz es avanzar por un camino largo, tortuoso y plagado de retos para la sociedad, para el Estado y para la Fuerza Pública. El mayor de ellos, gestar una nueva cultura, (cuestión que no es de poca monta), con nuevas formas de pensar, sentir y de actuar, dentro de una concepción de vida más humanística de la que actualmente nos rige.
Esa nueva cultura implicará transformaciones reales y prioritarias en los sistemas político, jurídico y económico para buscar relaciones más justas en equidad, lo cual no puede darse sin una nueva base educativa sólida y consensos sociales, difíciles de lograr dentro del imperio del egoísmo.
