Me sentí conejeado por el presidente Santos. Me invitó (¿) a Cartagena a la firma del acuerdo con las Farc con asistencia de los más exquisitos egos de la aldea global, pero me barajó el viaje a Oslo a pesar de mi abyecto apoyo al proceso.
Un pajarito distinto al que le habla al presidente Maduro, me contó que en el avión presidencial el primero en subir a bordo fue la mascota del vuelo: un conejo.
Modestia aparte, habría sido de utilidad porque el periplo incluía escala en Estocolmo, ciudad donde me desenvuelvo como pez en el aire. Le habría mostrado a Santos lo que más me impactó de la capital sueca: el metro que no conocía, la nieve que tampoco, la puntualidad, menos, y días pobres de luz. Con cargo a mi pensión, lo habría invitado al cabaret...