No sé qué clase de polvo se posa en el viejo calendario al final del año que, en vez de rinitis, nos produce histeria colectiva, como si tachando el último cuadrito del almanaque que caduca pudiéramos hacer borrón y cuenta nueva y ser otros de la noche a la mañana, y en versión mejorada, que no es lo mismo.
Pero de nada valen los juramentos, promesas, rituales y listas de propósitos si no van acompañados de empeño y disciplina. Quizá si pusiéramos el corazón para todo, las viejas mañas tardarían en volver, o se irían para siempre, ¡quién quita!
Más allá de ir al gimnasio o adoptar hábitos de vida saludable, intenciones por demás muy meritorias pero muy individualistas, el mundo sería un mejor lugar si asumiéramos nuestras metas con el mismo apetito...