La lectura del libro del Génesis, en el que Dios pide a Abraham que le sacrifique a su hijo Isaac, es un mensaje para nosotros hoy. Dios, que es lo más íntimo de nuestra propia intimidad como decía San Agustín, se comunica dejándonos sentir en la conciencia lo que quiere de nosotros. Esta comunicación es siempre una llamada a amar de verdad contribuyendo a la plenitud humana de todas las personas que encontramos en la familia, el trabajo, el barrio, el país; y una llamada a hacer lo que a cada uno nos hace crecer como persona.
A veces lo que Dios quiere es tan difícil, tan inoportuno, tan inesperado, tan exigente, tan doloroso, que resolvemos no hacer caso. Después de todo no tenemos que decirle a nadie lo que Dios nos está pidiendo en lo profundo de nuestra conciencia, nadie lo va a saber, y nos hundimos en la incoherencia.
Llevamos en el dolor del alma recuerdos de momentos en que sentimos lo que debíamos hacer y no lo hicimos; y de momentos en que sentimos lo que no deberíamos hacer, y por encima de nuestra conciencia y a veces por encima del mal causado a los demás, lo hicimos.
Los que se dejan conducir por el Espíritu son distintos. Confían radicalmente en Dios. Si Dios les pide algo, y si con la ayuda de la oración y de un maestro espiritual ven claro que eso es realmente la voluntad de Dios, tienen plena confianza en Dios y lo hacen con libertad, no importa lo que cueste. En el fondo del corazón tienen la fe de San Pablo: “Yo sé en quién me he confiado y estoy seguro”.
Dios pide a Abraham un absurdo. El sacrificio del hijo. Es un relato que desafía a la confianza radical. Abraham obedeció y Dios no solo no permitió que Isaac muriera sino que bendijo a la descendencia del Patriarca multiplicándola como las arenas del mar y las estrellas del cielo.
La carta a los Romanos, segunda lectura del día, nos llama a entregarnos a lo que Dios nos pida a partir de hoy, con plena confianza, aunque otras veces hayamos fallado, porque todos somos pecadores. Vale la pena meditar este texto: “Si Dios está a nuestro favor, ¿qué nos importa el que otros no nos entiendan y estén contra nosotros? El que no protegió a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no va a estar dispuesto a dárnoslo todo, junto con su Hijo? ¿Quién acusara a los elegidos de Dios? Si Dios mismo es quien nos perdona, ¿quién será el que nos condene?”.