Por Alberto Velásquez Martínez
Exembajador en Chile
Fuera de su reconocida importancia empresarial, Nicanor Restrepo era un ser mentalmente organizado y dialécticamente brillante.
Agudo analista de los hechos nacionales. No se precipitaba en juicios temerarios cuando escrutaba las contradicciones de la política. Gobernó con pulcritud y eficiencia no solo las arcas del Estado como diligente Gobernador de Antioquia, sino las de la empresa privada de la cual hizo una universidad para dejar un puñado de alumnos que hoy dirigen con honradez y eficacia un conglomerado ejemplo del trabajo, la inversión y la creatividad nacional, con reconocida responsabilidad social empresarial.
Hablar con Nicanor era un deleite. Humanista y universal. Culto en historia, en literatura. Lo seducían temas como el de los Cátaros, esa secta herética de la Edad Media. De allí seguramente provenía buena parte de su independencia mental. Lo atraía la figura de Balzac, sobre el cual escribió un afortunado ensayo. Muchas veces, mientras nos retaba con Balzac, le respondíamos con Cervantes. Al aceptarlo, ésta era quizá su única aproximación espiritual a su desapacible concepción de la literatura española.
Nicanor sabía escuchar. Si bien copaba con sus anécdotas y apuntes inteligentes los mejores espacios de las charlas, los abría para la discusión. Llenaba con su oralidad los temas sin aplastar al contertulio. Era, sí, implacable en sus juicios, a veces mordaces, contra las audacias en el manejo de los recursos del Estado. Fustigaba con fina ironía para que nada se quedara en el campo de las consejas.
Animó una grata tertulia que hubo en EL COLOMBIANO en la mitad de los años 80 del siglo pasado. La formaron destacados profesionales de las diversas ramas de la actividad privada productiva. De esas tertulias salieron decisiones importantes como las de apoyar, a través del periódico, la permanencia del aeropuerto Olaya Herrera, cuyas pistas algunos despistados querían destruir para matar la aviación regional. También de aquella tertulia nacería la idea de reconstruir la historia de Antioquia, publicada en capítulos semanales, iniciativa que se logró gracias al empuje de Nicanor y de las directivas de EL COLOMBIANO. En la creación del Premio Nacional de la Solidaridad, propuesto por nosotros, sí que tuvimos el apoyo sin reservas del gran empresario.
Después de lo que fue y de lo que pudo haber seguido siendo, supo retirarse a tiempo. Solo juntas directivas aceptaba, para enriquecer con su experiencia y sabiduría la controversia y la creatividad. Entendió con Borges, que “el triunfo y la derrota son un par de impostores”. Subió con tranquilidad las escalas que conducen a la edad otoñal. Coincidía con Cicerón en que “uno tiene que saber envejecer y hacerlo con dignidad... Luchar contra la vejez es pelea inútil, puesto que la tiene perdida...”, fue uno de sus últimos y más bellos escritos.
Supo morir de pie, con el humor en sus labios como una de sus permanentes fortalezas. Con sus últimos silencios, entra ahora en el mundo de los que trascienden .
Fuera de su reconocida importancia empresarial, Nicanor Restrepo era un ser mentalmente organizado y dialécticamente brillante.
Agudo analista de los hechos nacionales. No se precipitaba en juicios temerarios cuando escrutaba las contradicciones de la política. Gobernó con pulcritud y eficiencia no solo las arcas del Estado como diligente Gobernador de Antioquia, sino las de la empresa privada de la cual hizo una universidad para dejar un puñado de alumnos que hoy dirigen con honradez y eficacia un conglomerado ejemplo del trabajo, la inversión y la creatividad nacional, con reconocida responsabilidad social empresarial.
Hablar con Nicanor era un deleite. Humanista y universal. Culto en historia, en literatura. Lo seducían temas como el de los Cátaros, esa secta herética de la Edad Media. De allí seguramente provenía buena parte de su independencia mental. Lo atraía la figura de Balzac, sobre el cual escribió un afortunado ensayo. Muchas veces, mientras nos retaba con Balzac, le respondíamos con Cervantes. Al aceptarlo, ésta era quizá su única aproximación espiritual a su desapacible concepción de la literatura española.
Nicanor sabía escuchar. Si bien copaba con sus anécdotas y apuntes inteligentes los mejores espacios de las charlas, los abría para la discusión. Llenaba con su oralidad los temas sin aplastar al contertulio. Era, sí, implacable en sus juicios, a veces mordaces, contra las audacias en el manejo de los recursos del Estado. Fustigaba con fina ironía para que nada se quedara en el campo de las consejas.
Animó una grata tertulia que hubo en EL COLOMBIANO en la mitad de los años 80 del siglo pasado. La formaron destacados profesionales de las diversas ramas de la actividad privada productiva. De esas tertulias salieron decisiones importantes como las de apoyar, a través del periódico, la permanencia del aeropuerto Olaya Herrera, cuyas pistas algunos despistados querían destruir para matar la aviación regional. También de aquella tertulia nacería la idea de reconstruir la historia de Antioquia, publicada en capítulos semanales, iniciativa que se logró gracias al empuje de Nicanor y de las directivas de EL COLOMBIANO. En la creación del Premio Nacional de la Solidaridad, propuesto por nosotros, sí que tuvimos el apoyo sin reservas del gran empresario.
Después de lo que fue y de lo que pudo haber seguido siendo, supo retirarse a tiempo. Solo juntas directivas aceptaba, para enriquecer con su experiencia y sabiduría la controversia y la creatividad. Entendió con Borges, que “el triunfo y la derrota son un par de impostores”. Subió con tranquilidad las escalas que conducen a la edad otoñal. Coincidía con Cicerón en que “uno tiene que saber envejecer y hacerlo con dignidad... Luchar contra la vejez es pelea inútil, puesto que la tiene perdida...”, fue uno de sus últimos y más bellos escritos.
Supo morir de pie, con el humor en sus labios como una de sus permanentes fortalezas. Con sus últimos silencios, entra ahora en el mundo de los que trascienden .