Por david e. santos gómez
El régimen autoritario de Daniel Ortega en Nicaragua mira de frente y con preocupación los últimos minutos del chavismo en Venezuela. Mientras se consume la etapa final de Maduro en Miraflores y se acelera su caída, desde Managua se analizan posibles escenarios de un hemisferio sin Caracas como estandarte y sin el socialismo del siglo XXI como banco de fondos.
Porque, aunque la aterradora realidad social y económica del vecino ha opacado buena parte de lo que sucede fuera de las fronteras, la crisis nicaragüense está latente. No han desaparecido ni la prisión a los disidentes, ni las amenazas desde el Ejecutivo, ni la manipulación de los órganos de control, ni la represión contra las juventudes.
Si bien ahora Ortega agradece que los focos no apuntan hacia él, luego de un fin de año convulso, debe saber que es el siguiente en la lista de una ciudadanía que puede ver en los sucesos venezolanos una inspiración para terminar con su poder.
A últimas horas de la semana pasada, la OEA insistió en mantener “un canal de comunicación abierto” con el gobierno nicaragüense, pero realizó una serie de exigencias que parecen difíciles de cumplir. Lo primero, dijo el secretario Luis Almagro, es la liberación de más de 600 personas que tienen la etiqueta de presos políticos. Después, parar la represión.
Desde que iniciaron las protestas contra la presidencia sandinista, el año pasado, han muerto más de tres centenares de personas por la violencia oficial. Estas cifras, que el sandinismo considera exageradas, son publicadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Lo que seguiría -si se puede ir más allá- es la convocatoria a unas elecciones adelantadas, que por ahora están fijas en el lejano 2021. Ortega y su esposa, mano derecha y represora igual que él, se han negado de todas las formas a esta posibilidad. Sin embargo, y ante la revuelta en el tablero que está por tumbar a su principal socio, no sería raro ver algún acuerdo en el país centroamericano.
Todo depende de la forma en la que se resuelva el asunto venezolano, y aún más, de cuál sea el fin de Maduro. Esas amistades de conveniencia terminan ante el primer temblor. Y ahora vivimos un terremoto. Se hace cada vez más evidente que Daniel no quiere terminar como Nicolás.