Lucas es un maestro de la fotografía verbal. Su evangelio está lleno de estampas que recorren el infinito con pasmosa habilidad, como si instalara en el tiempo la eternidad.
Habla, por ejemplo, de Simeón, “hombre justo y piadoso en quien estaba el Espíritu Santo”. Mi imaginación delira con el estremecimiento de Lucas al trazar esta estampa. Y más cuando agrega que “movido por el Espíritu, vino al templo”.
Simeón va al templo movido por el presentimiento de que “no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor”. Un presentimiento de puro vértigo, anticipar en el tiempo la eternidad, sabiendo con S. Agustín que “después de esta vida, Dios mismo es nuestro lugar”.
Hemos leído que el zorro le dice al Principito que si lo domestica, el ruido...