Es evidente que no hemos venido a este mundo a creer en los dioses, ni a resolver el teorema de Pitágoras, ni a construir el Partenón, ni a escribir La divina comedia, ni a levantar arcos de triunfo, catedrales y estatuas a los tiranos.
A este mundo hemos venido simplemente a cumplir el mandato primordial de la naturaleza que consiste en reproducirnos transmitiendo genes, un trabajo ciego e inexorable destinado a perpetuar la especie sin un fin determinado.
La divina comedia, la duda de Hamlet o la teoría de la relatividad a la naturaleza parece que le traen sin cuidado. Para cumplir su mandato, la vida ha dotado a las personas, incluso a las más exquisitas, del mismo impulso genésico de los animales, que hasta ahora no ha podido ser controlado...