Nunca he sido una persona mitómana, supongo que por temperamento pero también por haber empezado a trabajar como periodista a los 19 años, lo cual me hizo conocer desde muy joven a gente famosa y comprobar que tienen los mismos agujeros que tenemos todos. De hecho, cuando advierto algún defecto en un personaje que admiro (por ejemplo, la gran Marie Curie fue una madre muy dura), a menudo aún lo admairo más, porque eso lo humaniza y le permite servir de verdadero modelo en esa lucha que siempre es la existencia. Por eso me alucina la urgencia que tanta gente parece sentir de construirse un altarcito de dioses personales, divinidades intocables a las que se aferran con la misma fe que un cristiano integrista.
En 40 años de vida profesional, pocas...