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Diego Aristizábal
Columnista

Diego Aristizábal

Publicado

En asuntos de lectura

Por

diego aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

Todavía me acuerdo que el libro que más me gustaba antes de saber leer era uno gordo de álgebra. Tranquilos, no soy un superdotado, no crean que cuando era niño resolvía ecuaciones mientras otros coloreaban sus cuadernos de dibujo. Es más, no recuerdo el título de ese libro y en realidad no sé si era de álgebra o de geometría, solo sé que era el que más me gustaba porque en las guardas tenía unos dibujos bellísimos y sangrientos.

Como el libro estaba en la biblioteca de una tía, me gustaba que mis padres me llevaran allá cuando no tenía escuela. Podía pasar horas viendo cómo un hombre tenía en sus manos una piedra inmensa y estaba a punto de tirársela a otro que peleaba más abajo con su espada, mientras un guerrero utilizaba su escudo para protegerse de una lanza y en una esquina otros hombres yacían muertos por culpa de una flecha o una espada. Me inventaba todo lo demás en medio del horror.

Luego, cuando en ciertos momentos padecí los números, lo entendí. En varios exámenes, con mi mente en blanco, el reloj corriendo y una hoja que yo debía llenar con números, sentía que yo era ese pobre hombre que estaba a punto de recibir en su cabeza esa piedra enorme del dibujo aquel y me daba golpes con el lápiz por no haber pasado más allá de la ilustración de aquel libro. Si hubiera leído ese libro a esa edad, ahora yo sería un hombre victorioso, pensaba, pero no lo hice, y la verdad ya no importa porque esa simple ilustración fue la que luego me llevó a buscar otros libros donde ya no solo veía dibujos sino que también podía leer palabras, hasta terminar leyendo libros que estaban cargados de una fuerza tan viva que veía en mi imaginación.

Y hablo de esto porque uno no sabe cuál será ese primer libro que lo marcará en la vida y lo llevará a buscar otro y otro sin la voz perentoria de que hay que leer por ese montón de cosas que de tanto decirse se vuelven hasta malas. Hace poco leí ese libro de Oliver Sacks bellísimo que se llama “El tío Tungsteno”, y me impresionó cómo él siendo un niño descubrió el mundo a través de los metales y los números, eso era lo único que le interesaba en la vida, el problema era que en la escuela no le daban ciencia. Fue entonces cuando conoció a una bibliotecaria alcahueta de la biblioteca pública de su barrio y apenas se aseguró de que él era capaz de manejar bien los libros, le permitió llevarse incluso esos poco corrientes o prohibidos para su edad pero que eran los que él necesitaba en ese momento. Una maravilla.

Definitivamente, en asuntos de lectura lo único que debe permitirse es libertad, que cada quien se regocije con lo que bien le parezca según lo demande su curiosidad

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