Si los abuelos estuvieran oyendo lo que pasa hoy en el hogar, ya se habrían levantado de sus tumbas aterrados de ver cómo los niños ahora comen a la carta, amenazan a sus padres con no quererlos, les pegan cuando los contrarían y son quienes deciden dónde, cómo y a qué horas estudian, se acuestan, se bañan, etc.
No se necesita ser muy viejo para quedarse aterrado al ver cómo los hijos manejan a sus padres “con un dedito” y estos, desconsolados y confundidos, ceden cuando ya no encuentran más razones para justificar sus demandas, por mínimas que sean.
Al vivir bombardeados por toda suerte de teorías respecto a la crianza de los hijos, mezclados con permanentes sentimientos de culpa y temor a que no nos amen, a la vez que abrumados por la angustia...