En la recopilación que hace Enrique Santos de escritos sobre el narcotráfico publicados hace cerca de medio siglo en la desaparecida revista Alternativa, se evidencia no solo que nada ha cambiado sino que, por el contrario, se ha agravado. Las indecisiones y fragilidades institucionales, el matrimonio de políticos con mafiosos, la atrofia de la justicia, la permisividad de la sociedad para dejarse penetrar de dineros calientes, ha contribuido a que las soluciones para encarar el flagelo de la droga sean cada vez más exiguas. Y que la violencia persista como tragedia, desapareciendo y desplazando vidas humanas, como calcinando honras y bienes.
Reproduce Alternativa lo publicado hace 43 años por el semanario Bussines Week: “La cocaína y la marihuana reemplazaron en Colombia el papel que tradicionalmente tenía el café”. Es así como ya para aquella época, “el tráfico clandestino de estupefacientes se ha convertido en la primera fuente de ingresos en divisas de Colombia...”. El entonces embajador gringo en el país, Phillip Sánchez –octubre de 1976– alertaba que “el 70 % de la cocaína que se consume en los Estados Unidos se refina en Colombia”. Eran tiempos en que el país importaba de Perú y Bolivia la materia prima para procesarla en los laboratorios camuflados en la selva colombiana y luego, a través de sus aeropuertos clandestinos, exportaba la pasta sin dificultad alguna. Revelaba la revista Alternativa de la época que ante semejante situación, el presidente Gerald Ford “convocó a López Michelsen para decirle que le echara ojo al asunto”. Ya sabe el país hacia dónde López dirigió su mirada: abrió la “ventanilla siniestra” del Emisor para darle patente de corso al blanqueo del dinero sucio. Ahí comenzaba el drama.
No faltaban por el lado del llamado establecimiento quienes ponderaban la eficacia y bondad del negocio como lubricante de una economía anquilosada, que basaba sus ingresos en las exportaciones de productos tradicionales. Los lujos y codicias del consumismo de los capos se salió de madre. El mercado de la droga fue ganando espacios y comprando conciencias. Iba dejando regados por el camino del asesinato, a ministros, magistrados, procuradores, jueces, periodistas, humildes policías. El país se llenó de viudas y de huérfanos. Era una nación acorralada por las bombas y desprestigiada internacionalmente.
El país estigmatizado y desconcertado, minimizó la gravedad de aquellas alertas. Creyó que el cáncer llegaba hasta donde el vecino. Los daños irreparables que la droga causaría, no alcanzaron a calcularlos la miopía nacional. El mismo Jaime Bateman, fundador del M-19, vaticinando en su momento la catástrofe, le había anticipado a Omar Torrijos en Panamá que el día que la droga permeara a la guerrilla, “a Colombia se la llevaría el pu...”.
Hoy subversión y narcotráfico incendian los parques nacionales. Las llamas calcinan miles de hectáreas de bosques, para explotar droga y minería ilegal. El Estado impotente para enfrentar tantos desafíos. ¿En dónde está el Estado?
Lo que hace cerca de medio siglo para Busines Week y Gerald Ford era un primer campanazo de atención, por negligencia o complicidad hoy se ha convertido en tragedia nacional.