Cada año de la última década, un promedio de 170 millones de personas se han movilizado dentro del territorio chino en un mismo día, para retornar a sus lugares de origen y celebrar la festividad del año nuevo primaveral cerca de los suyos. Por alrededor de 6 semanas, el frenesí se apodera de los ciudadanos quienes, en los cuatro puntos cardinales de la gran nación, se preparan anímica y materialmente para el gran evento. Aviones, automóviles y trenes se ponen en marcha desde las ciudades para llevar a los campos a una monumental masa humana para quienes es imperativo hacer un alto en la vida citadina y retornar a disfrutar del bucólico ritmo del interior del país además de reunirse con los más queridos de sus familias.
Las cifras de este gigantesco desplazamiento humano son, como todo lo chino, colosales. En este año 2015 el evento tuvo lugar en febrero y un contingente cercano a 300 millones de almas -algo tan vasto como la población casi entera de EE.UU.- conformado por trabajadores migrantes, se preparó durante un año entero para el éxodo monumental que produjeron. Hablamos de un caudal de personas que dejó la tierra de sus padres en el campo para acomodarse en solitario, a la exigente vida de las ciudades, en las que, las más de las veces, viven incómodamente hacinados, en condiciones con frecuencia subhumanas, pero donde encuentran ingresos con lo cual sostienen a sus dependientes que permanecieron en el terruño.
Algo más de tres décadas tiene ya de antiguo este ritual migratorio que comenzó a instalarse dentro de las costumbres del milenario país a partir del momento en que el modelo socioeconómico viró, por voluntad de sus gobernantes, y se inició una estimulante apertura a lo foráneo, abriendo paso a una economía de mercado, férreamente dirigida desde Beijing, que se ha asentado principalmente en las urbes cercanas a la costa.
Un fenómeno sociológico y demográfico se ha estado produciendo, sin que sea necesariamente beneficioso para la población rural, aunque le provea los recursos para su manutención parcial. Las familias se disgregan -solo uno de cada 5 chinos lleva a sus familias a cuestas a las ciudades- y los recién llegados trabajadores migrantes se instalan sin protección social para sí o para los suyos. Ello deriva, a la larga, en que el trabajador resiste la situación por poco tiempo -siete a nueve años a lo sumo- y termina regresando al campo para desperdiciar allí la formación que obtuvo durante la permanencia citadina.
Las autoridades están conscientes de las distorsiones que esta realidad produce pero a la vez se vanaglorian de haber conseguido la industrialización de las ciudades con la capacidad de trabajo de sus campesinos. La realidad es que el fenómeno se encuentra en la víspera de su agotamiento.
Una ancestral inclinación nómada en el comportamiento de los chinos, sin duda pudiera estar en el origen del éxodo chino. La OCDE ha estudiado el tema y ha llegado a anunciar que China es el mayor emigrante del planeta y que uno de cada diez expatriados del mundo es chino. Lo que más destaca de este aspecto de grandes movimientos poblacionales es la motivación a escala individual: al contrario de lo que pudiera pensarse, el chino no emprende el éxodo para escapar de un estadio personal de incomodidad o estrechez. El chino se desplaza a donde le esperan mayores oportunidades.