Hacía tiempos que no tenía que ir a una sala de urgencias de un hospital. Había olvidado lo que se siente cuando uno atraviesa su puerta de entrada y se encuentra cara a cara con la muerte y el dolor. Es como adentrarse en otro espacio y otro tiempo donde los relojes se detienen, gobernados por la angustia y la ansiedad.
El miedo se ve dibujado no solo en las caras de los que esperan atención urgente, sino en las de sus acompañantes que van de taquilla en taquilla, resolviendo los trámites de admisión. Las horas no pasan y los minutos lo hacen muy lentamente. Mientras tanto, el dolor acosa.
Esta vez tuve que ir para acompañar a Martha, mi esposa, por una fractura. Cuando llegamos, tuve que dejarla en el carro porque no había sillas de ruedas disponibles...