Al morir, Jesús “inclinando la cabeza entregó el espíritu” (Jn 19,30). El espíritu que lo acompañó durante toda su vida terrena, desde el nacimiento hasta la muerte.
Sabemos que María concibió a Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo. Después Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, donde fue sostenido por él para no caer en tentación. Y después de cuarenta días de ayuno, “el diablo lo dejó y se le acercaron unos ángeles y le servían” (Mateo 4,11). Fruto de su intimidad con el Espíritu.
Posteriormente Jesús va a Nazaret, donde se crió, entra en la sinagoga y lee al profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva”. Al terminar de leer, enrolla el volumen, lo devuelve,...