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Es obvio de toda obviedad que figure Colombia como uno de los diez países más inequitativos del mundo, en un ranquin acreditado como el Gini Index, del Banco Mundial, de hace un año. La rabia, el desconcierto y la sensación de impotencia que a los ciudadanos comunes y corrientes nos producen casos tan desaforados como el de los contratos milmillonarios de la Fiscalía se explican por la consolidación de una nueva clase glotona que pasa cuentas de cobro exorbitantes por servicios que podrían costar mil veces menos si hubiera límites razonables a los sueldos y honorarios máximos.
Hay superhombres que se acomodan en una dimensión ultraterrena. Se creen con derecho a todo y tienen quiénes legitimen y patrocinen sus exigencias desmedidas,...