Escribiendo mi tesis doctoral, pasé un susto difícil de olvidar. Le había entregado a mi director uno de los capítulos centrales de mi investigación. Entonces, me tomé unos días de receso, haciendo algo de turismo por los pueblos vecinos de mi sede de estudios en Valencia, España. Al regreso, antes de iniciar un nuevo capítulo, quise darle un vistazo al ya entregado. Para mi sorpresa, a pesar de la ayuda de expertos en informática, ese archivo en mi computador de media Giga no abrió. Me consolaba saber que lo había entregado a mi director en un diskette, y que, seguramente, podría acceder a él. Pero fue imposible. En esos días mi asesor había cambiado de oficina, y en el traslado lo había extraviado. No hubo más remedio que respirar profundo...