La malquerencia de los colombianos no es individual, es colectiva. Si se toman uno a uno, los padres de familia, los vecinos, los muchachos inmortales, las mujeres alunadas, cada viejo cascarrabias, son primores. Pero júntelos hacia cualquier propósito que desborde a sus familias y estallarán las hostilidades.
Un colombiano, aislado de otro colombiano, es arranque, ingenio, rebusque. No deja hundir a sus hijos, ama a su mujer y a sus amantes, es un malabarista. Tiene desmesurados sueños, se sacrifica hasta el insomnio por la plata, se infiltra en Estados Unidos a trabajar dieciocho horas para mandar sustento a la tierrita.
Su combo de amigos es otra familia. Son la efusividad, la segunda voz del aguardiente, la confidencia femenina, el eco indispensable...