No ha sido fácil en Colombia, desde tiempos inmemoriales, hacer una campaña electoral con altos niveles de civilidad y tolerancia. La presencia de la mentira, la agresividad en el lenguaje y, de hace algún tiempo para acá, la presencia de los dineros calientes aportados por toda clase de mafias –camufladas en contratos con el Estado o con las manos untadas de droga– la han contaminado de pus maloliente. Así se ha venido creando una democracia de cartón en donde pocas veces el criterio formado e independiente del votante es el que define sus gobiernos.
Toda esta cólera –que los ingenuos creían superada– vuelve anticipadamente a la campaña electoral que se calienta y muestra unos partidos desprestigiados y atomizados en decenas de candidatos presidenciales...