Habrá que esperar a ver en qué termina lo de Venezuela. Dios los proteja. Por hoy, y perdonen lo inactual, les sigo contando de mi visita donde el padre Nicanor Ochoa, de que hablé la semana pasada. Se mi hizo tarde y ya que Mariengracia me invitaba con tanta insistencia, me quedé a pasar la noche con ellos.
El tío, como buen viejo, y cura viejo para ser más exactos, se recogió temprano en su pieza. No fui capaz de negarme a que lo acompañara a rezar con él Completas, del oficio divino. Le di las buenas noches antes de que me invitara también a rezar el rosario, y me fui para la cocina, donde Mariengracia me esperaba con chocolatico caliente y arepa con quesito, su merienda habitual. El resto de la noche fue una larga y aburrida conversación intimista, que terminó mal porque nos dio a la sobrina y a mi por lo peor, por repasar la vida.
Al llegar, por la mañana, donde el tío, se me quedó mirando intrigado.
-¿Dormiste mal? Te noto tristón y veo tu cara de desencanto.
- Anoche con Mariengracia llegamos a la conclusión de que uno nunca triunfa en la vida.
-Apuesto a que ustedes, con ese pesimismo de los Ochoas, se pusieron a pintar de negro la existencia. Que para qué luchar tanto si uno termina siendo un pobre diablo que...
-Más pobre que diablo, padre, la verdad sea dicha.
-Bueno. Déjame decirte una cosa. La vida, como el ave Fénix, renace de sus cenizas. Por eso son tan deliciosamente estremecedores la luz y el aroma del amanecer. Porque sobre el fuego quemado del ayer, que ya es irrecuperable, se levanta con el alba el presente, única realidad que tenemos entre manos.
-Está usted inspirado, padre Nicanor, pero no me cura tanta poesía.
-Te insisto: la única manera de espantar los fantasmas de un vivir marchito y el espejismo de los sueños imposibles, es vivir el presente con entusiasmo.
-¿Y eso es la perfección, el camino de perfección, para citar a su Santa Teresa?
-La perfección no es la angustiosa y angustiante esquizofrenia del perfeccionismo, sino la humilde aceptación de la condición humana. Aquí y ahora. Hoy. En el presente. Bajo la mirada amorosa de Dios.
-Eso sí lo entiendo mejor.
-Y recuerda, hijo: es imposible caminar arrastrando un costal de nostalgias y frustraciones del pasado. Sólo avanza quien anda ligero de equipaje. A mayor madurez, más desnudez, mayor desapego.
-No es fácil, padre.
-Claro que no. Hay que despojarse de pretensiones, de orgullos, de ambiciones. De amores imposibles, de rencores, de odios. Por eso, hijo mío, como enseñaba precisamente Santa Teresa, hay que “ir empezando cada día”.