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La discusión sobre la mejor forma de gobierno, siempre parece resolverse a favor de la democracia. En efecto, los potenciales males que históricamente puedan atribuirse a la democracia, incluso con respecto al número de víctimas ocasionadas en ciertos momentos de intransigencia y exclusión, no pueden compararse con los millones de personas física y moralmente aniquiladas por las diferentes formas de autoritarismo de izquierda y de derecha. Winston Churchill decía que “era la peor forma de gobierno con excepción de todas las otras que ya han sido aprobadas”.
El ser humano desde los albores de la humanidad ha soñado con la forma perfecta de gobierno, anhelo Platónico y Aristotélico, y de verdad que en la imaginación moderna no se vislumbra una estructura con características superiores a la forma occidental y liberal de democracia, participativa y representativa.
Sin embargo, el gran reto consiste en establecer claridad sobre qué debe entenderse por democracia y los alcances de ésta, es decir, si en verdad una real democracia significa que todos los asuntos de poder deban someterse a consideración de la ciudadanía. Los hechos recientes en Colombia y otras latitudes, demuestran que la discusión es seria y válida. El sentido de la democracia, como sistema de participación universal en las decisiones de poder, debe enfrentarse con dos formas distintas de mirar el universo y el manejo de la cosa pública: La controversia entre la emoción o la voluntad emocional y la razón. Sin que se trate de una identificación peyorativa, la ciudadanía no siempre está preparada para pronunciarse sobre temas que requieren un exigente análisis racional, motivo por el cual terminan participando con fundamento en sentimientos emocionales. Intercambiar lo racional y lo emocional, hace que en la práctica se confunda la principal forma de participación democrática, que es el referendo, con la mayor manifestación de sentimiento político, que es el plebiscito. Se acude a las urnas para participar en una convocatoria de referendo y se actúa en términos de respuesta a un plebiscito.
El referendo consiste en acudir a la ciudadanía para que se pronuncie de manera afirmativa o negativa sobre un texto constitucional o legal, aprobándolo, negándolo o ratificándolo, según el tipo de referendo. El plebiscito, por el contrario, consiste en acudir a ese mismo cuerpo electoral, solicitando su pronunciamiento afirmativo o negativo sobre una idea política propuesta por el gobernante, que en muchas ocasiones la presenta como un instrumento para medir el apoyo o rechazo ciudadano, no sólo a la idea política expuesta, sino a su obra de gobierno, su propia persona u otra motivación absolutamente emocional y subjetiva.
Habría que concluir que los grandes temas que mueve la técnica de la organización estatal moderna, no se pueden someter a referendo ciudadano, por el peligro que se decidan con la emoción propia de un plebiscito. Preguntar a la ciudadanía, en ejercicio de participación democrática, acerca de cómo hacer las cosas, se convierte en una limitante para el desarrollo de la democracia.
