El punto crítico de conflicto entre la legitimidad jurídica y la validez ética y moral de una decisión está en la llamada regla de oro de la mitad más uno. El dominio de la mayoría se confunde con la democracia. En parte es cierto, y hay que aceptarlo a regañadientes, a pesar del probable sacrificio de la minoría y de la posible derrota de lo moral y lo ético por causa de la ventaja numérica. Por eso se toman decisiones contrarias a la estructura ética de una sociedad, más todavía cuando se carece de ella o es demasiado frágil. Es entonces cuando se relativizan los valores. De esa distorsión axiológica tenemos ejemplos a porrillo en este país. Ahí está el caso actual del empate en la Corte Constitucional ante una cuestión esencial de bioética, la despenalización del aborto. Dos conjueces están llamados a determinar si es aceptable o no lo que en su esencia es inaceptable. Gana el que alcance la mitad más uno y punto. Apelación a los infiernos, como dicen de las sentencias de garitero.
La historia, no sólo la de este país, en el que la legitimidad vive colgando de un inciso o de una leguleyada, está colmada, o plagada, de determinaciones trascendentales trivializadas y ridiculizadas por la ley de las mayorías, por el principio siempre cuestionable de la mitad más uno, reverenciado por demócratas verdaderos y falsos. Si la discusión fuera sobre la pena de muerte, sucedería lo mismo, pese al presunto avance de la civilización y la cultura y del derecho. La absurdidad de la ley de las mayorías destruye valores y principios morales y éticos. Bueno, que ya están destruídos de tiempo atrás. Ese culto a la mitad más uno es consecuencia del descaecimiento valorativo. Hay asuntos que no merecerían discusión ni deberían someterse a votación, porque serían consustanciales al modo de pensar y obrar propios de una nación organizada. La bioética no estaría en cuestión. No sería admisible ninguna controversia sobre si es o no penalizable un procedimiento que le niega el carácter vitalista, biófilo, a una disciplina que debería vigorizar la idea y la práctica del bien común, de lo conveniente e inconveniente para una sociedad. Sociedad perpleja, confundida y errática por la conversión de la democracia en demagogia.
La democracia ha sido catalogada como el menos imperfecto de todos los sistemas. Pero sus imperfecciones y carencias, sus contradicciones y disparates ganan tanto terreno que la desvirtúan. “Bendita seas, democracia, aunque así nos mates”, dijo Guillermo Valencia en el entierro de Uribe Uribe, en 1914. Podría grabarse esa misma sentencia como título de la actual historia sobre el proceso de despenalización del aborto. La falsa ética de la mitad más uno. O del empate