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Juan José Hoyos
Columnista

Juan José Hoyos

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LA GUERRA, LA DINAMITA Y LA PAZ

Por JUAN JOSÉ HOYOS

redaccion@elcolombiano.com.co

Ha vuelto el terror. Da tristeza decirlo, pero ¿qué otra cosa se puede pensar después del inhumano y cruel atentado ―atribuido por el Gobierno al Ejército de Liberación Nacional― contra la Escuela de Cadetes General Santander en el que murieron 21 personas y 60 más resultaron heridas?

Ha vuelto el terror. ¿Qué otra cosa se puede pensar cuando en las tres primeras semanas de este año han sido asesinados siete líderes sociales en distintas regiones de Colombia, han muerto cuatro víctimas en una masacre en el Valle del Cauca, y se ha registrado un atentado contra una fundación de víctimas de desaparición forzada en Bogotá?

¿Qué otra cosa se puede pensar cuando entre el primero de enero de 2016 y el 10 de enero de 2019 han sido asesinados 566 líderes sociales y defensores de derechos humanos y unos pocos más han sobrevivido a atentados contra sus vidas?

Los diccionarios definen estos hechos criminales como una sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. También, como una actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretenden crear alarma social con fines políticos para lograr el dominio de una sociedad por el terror.

El terror, en el triste acontecimiento de la Escuela de Cadetes, según la Fiscalía General, fue causado por el estallido de una bomba de 80 kilos de pentolita, un explosivo que resulta de la mezcla de dinamita y una sustancia denominada pent que se fabrica para uso industrial y militar y está considerado por los expertos como una sustancia altamente destructiva.

La dinamita fue inventada por el ingeniero sueco Alfred Nobel en 1866. Su empleo en la explotación de los campos petroleros de Azerbaiyán le hizo ganar una gran fortuna. También se usó para perforar túneles, construir carreteras, explotar minas y demoler edificios y como relleno explosivo en la fabricación de granadas y proyectiles de artillería.

En un comienzo, Nobel celebró su invención diciendo: “Mi dinamita conducirá a la paz más pronto que mil convenciones mundiales. Tan pronto como los hombres se den cuenta de que, en un instante, ejércitos enteros pueden ser totalmente destruidos, seguramente pactarán una paz dorada”.

Después de varios años de uso de la dinamita en las guerras y en atentados terroristas, arrepentido por tantas muertes provocadas por su invento, Alfred Nobel dijo: “Tengo la intención de dotar después de mi muerte un gran fondo para la promoción de la idea de la paz, pero soy escéptico en cuanto a sus resultados”. Vaya una paradoja: así nacieron los Premios Nobel. Y en especial, el Premio Nobel de Paz.

Es la misma paradoja a la que hoy se enfrentan los terroristas que cometieron el sangriento atentado contra la Escuela de Cadetes: si lo que buscaban era golpear al Estado para obligarlo a aceptar la continuación de los diálogos de paz, lo que consiguieron es todo lo contrario: la suspensión de esos diálogos, el recrudecimiento de la guerra y el fortalecimiento de las fuerzas políticas que quieren hacer trizas los acuerdos de paz.

Me uno al dolor de las familias de los jóvenes policías asesinados en el atentado de la Escuela de Cadetes y al de las demás víctimas. También me uno al dolor de las familias de los líderes sociales asesinados este año.

Y en medio de la tristeza que provoca un atentado tan inhumano como este, me uno a la propuesta del diario El Espectador: que este sea un motivo más para que nuestro país “siga apostándole con vehemencia a la búsqueda de la paz y el fin de todos los conflictos que llevamos décadas enfrentando. Eso sí, sin condescendencia ante el terrorismo que, precisamente, pretende aniquilar esa búsqueda”.

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