Dios me hizo hombre. Desde bien chiquito. Y aunque nunca le agradeceré lo suficiente haberme puesto cola y hasta cuernos (por ser Tauro, no crean) hay ciertas condiciones propias de las mujeres que envidio. Aunque una vez me hice el duro y me arranqué yo mismo una garrapata emperrada en venirse conmigo a Madrid desde Tayrona, debo admitir que soy una “nenaza”. Para mí un leve dolor de cabeza es sinónimo de un tumor irreversible y unos simples gases, el aviso de un infarto. Por eso admiro la capacidad de sufrimiento propia del género femenino, con excepciones, que también las hay. Otra de las bendiciones femeninas con las que los hombres ni siquiera podemos soñar es la posibilidad de obtener múltiples orgasmos en la misma jugada. Supongo que...