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Fernando Henrique Cardoso
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Fernando Henrique Cardoso

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LA MISERIA DE LA POLÍTICA

Por

Fernando Henrique Cardoso

redaccion@elcolombiano.com.co

Optimista por temperamento, con los frenos necesarios que impone el realismo, rara vez me dejo abatir por el desaliento. Confieso que hoy, empero, casi me desanimé: ¿qué decir, qué mensaje dar ante tanto horror bajo los cielos?

En busca de aliento, pensé en escribir sobre la situación en otros países. Pasé el carnaval en Cuba, país que visité por tercera vez. La primera, en los años 1980, cuando era senador. Volví a la isla como presidente de la República. Vi menos del pueblo y de las costumbres que la vez anterior: el circuito oficial es bueno para conocer otras realidades, no las de la sociedad. Ahora visité Cuba como ciudadano común, sin escolta ni zalamerías oficiales. Fui a descansar y admirar La Habana, antes de que la modifique mucho el nuevo momento de relaciones con los Estados Unidos.

No fui, empero, para avalar la situación política ni para espantarme con lo ya sabido de lo bueno y de lo malo que ahí existe. No cabría, por tanto, regresar a hacer críticas a lo que no vi con mayor profundidad. Los únicos contactos más formales que tuve fueron con Roberto Retamar, con el destacado intelectual y periodista Ciro Bianchi y con el conocido novelista Leonardo Padura. El libro más reciente escrito por Padura, “El hombre que amaba a los perros”, sobre la persecución a Trotsky en su exilio de la Unión Soviética, es una admirable novela histórica. Rigurosa en los detalles, aguda en las críticas, puede leerse como un libro policiaco, la especialidad del autor, que en este caso reconstruyó las desventuras del líder revolucionario y el asesinato cometido por instrucciones de Stalin.

Cené con los tres cubanos y sus compañeras. ¿Por qué destaco este hecho, por lo demás trivial? Porque aunque ocupan posiciones distintas en el espectro político de la isla, mantuvieron una conversación cordial sobre los temas políticos y sociales que iban surgiendo. La diversidad de las posiciones políticas no hizo imposible el diálogo. Ellos mismos no se clasificaban, supongo, en términos de “nosotros” y “ellos”, los buenos y los malos. Por otra parte, aunque la vida cotidiana de los cubanos sea de restricciones económicas que limitan las posibilidades de bienestar, con todas las personas con las que conversé sentí esperanzas de que en el futuro estarían mejor: el fin del bloqueo económico, el flujo de turistas, mayor libertad, mayores remesas de dinero de los cubanos en el extranjero. Todo eso crea un horizonte más brillante.

Es cierto que no en todos los contactos más recientes que tuve con gente de nuestra región sentí el mismo ánimo. Antes de viajar, recibí una llamada telefónica de la madre de Leopoldo López, el líder del partido Voluntad Popular y opositor venezolano que el 18 de febrero cumplió un año de estar en la cárcel. Ponderada y firme, la señora me pidió que los brasileños hiciéramos algo para evitar que continúen esas arbitrariedades. Todavía tiene la esperanza de que, además de las protestas en el Congreso y en los medios, alguien del gobierno entienda nuestro papel histórico y grite por la libertad y la democracia.

Esta semana fue el turno de Enrique Capriles, del partido venezolano Primero Justicia y actual gobernador del estado de Miranda, de telefonearme para pedir solidaridad ante los nuevos actos de arbitrariedad y truculencia en su país: el alcalde Antonio Ledezma, elegido al gobierno del distrito metropolitano de Caracas por el voto popular, había sido detenido días antes en pleno ejercicio de sus funciones. Por si no fuera suficiente, enseguida hubo una invasión de varios directivos de un partido de oposición. Nótese, como me dijo Capriles, que Ledezma no es ningún político exaltado que haga propuestas alocadas. Él, como muchos otros, solo desea mantener viva la llama democrática y cambiar por la presión popular, no por las armas, al nefasto gobierno de Nicolás Maduro. Todos esperamos que la violación de los derechos humanos provoque reacciones de repudio a lo que está sucediendo en Venezuela.

Incluso los mismos colombianos, después de medio siglo de lucha armada, van construyendo caminos hacia la pacificación. Desde hace meses, lenta y penosamente, pero con esperanzas, las Farc y el gobierno vienen abriendo brechas por donde pueda pasar un futuro mejor. El pasado lunes el presidente de Colombia Juan Manuel Santos y otras personalidades, entre ellas el exprimer ministro de España Felipe González, se reunieron en Madrid en un encuentro para reafirmar su fe en la paz colombiana.

Confieso que tengo la duda de que el sentimiento nacional, el interés popular, sean suficientes para darle mayor templanza y grandeza a esos líderes, incluso ante las circunstancias potencialmente dramáticas a las que nos acercamos. En momentos que exigen grandeza, lo que se ve es la miseria de la política.

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