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Diego Aristizábal
Columnista

Diego Aristizábal

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La responsabilidad del librero

Por

diego aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

A raíz de mi columna “Lecturas inútiles”, publicada el 8 de enero, el gerente de la Librería Nacional, Felipe Ossa, me escribió un correo esta semana; por espacio, lastimosamente, apenas podré debatir un par de asuntos.

Don Felipe manifiesta que yo me despacho de manera virulenta y enfática contra el libro reseñado, e inicio mi andanada, disparando a granel contra los vendedores de la Librería Nacional, que según yo, solo recomiendan los libros de éxito comercial. “Apreciación injusta, emitida bastante a la ligera, dado que la Librería Nacional, con una trayectoria de más de setenta años de existencia, se ha caracterizado a lo largo de su historia, por cultivar una amplia bibliografía sobre todos los temas y todas las materias, sin premisa ninguna”, agrega.

Y creo que aquí radica el asunto, porque para empezar, no soy el único que piensa que en la Librería Nacional no hay libreros sino “vendedores”, como él muy bien los llama, y eso deja clarísimo el tipo de negocio que tiene; y segundo, a pesar de los más de 70 años de existencia de esta librería, no he tenido la fortuna de escuchar hablar de una “escuela de libreros” como aquella de la Continental, de Rafael Vega. Tampoco he escuchado de cursos de formación en literatura, teatro, historia para los libreros como sé muy bien los hace la Librería Lerner y otras librerías no tan “enormes”, donde a los libreros en formación les piden que lean lo que más puedan para que hagan mejores recomendaciones. En esto radica la diferencia entre un librero y un vendedor, entre lo que selecciona e invita a leer uno y otro, eso se nota.

En un país como Colombia, donde tanto charlatán hace nido, donde todavía hay programas de radio con “brujos y adivinos” que dicen cosas y las personas incautas las toman como verdades, los libreros SÍ tienen un enorme compromiso con los ciudadanos. En un mundo como el nuestro, donde a cada instante se publican manuales para ser feliz y exitoso en tres pasos, un librero tendría que ser una especie de “flautista de Hamelín”.

Es claro que el librero no tiene “injerencia directa sobre los libros que los editores publican”, pero yo sí creo que los buenos libreros tienen que ayudar a depurar con su criterio y el de los lectores lo que se debería ofrecer en las librerías. No se trata de censura, ni tampoco se esconde detrás de mí un “un oscuro y terrible Savonarola”, como me dice don Felipe, sencillamente hay que aprender a decirles no a las editoriales porque además en internet está todo lo que por espacio no cabe en una librería juiciosamente seleccionada. En la red cada quién verá lo que se traga.

Termino diciendo algo, yo no creo que con vender de todo en la Librería Nacional evoquen “el espíritu de la Ilustración”, yo lo único que veo en ciertos libros que don Felipe defiende es precisamente lo contrario: ausencia de razón, superstición y decadencia del ser humano

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