El sí va a ganar en las urnas el dos de octubre. Y lo hará porque la fuerza mayoritaria del país aceptará lo acordado en La Habana o porque, con maquinarias aceitadas, Santos aplastará a la oposición. O por ambas. No resulta lógico, en esta historia torcida nuestra, que una propuesta que cuenta por igual con el apoyo de políticos decentes y oscuros se hunda, tras cuatro años de esfuerzos honestos y mermeladas corruptas.
Entonces, con eso claro, lo que tendríamos que empezar a pensar es en el día después. Y no me refiero a ese fenómeno etéreo que el oficialismo llama posconflicto y que muchos repiten sin saber qué es. No. Hablo de la necesidad de imaginar la cotidianidad sin el enemigo de siempre. Sin los culpables habituales. Sin los sospechosos...