El gobierno israelí cometió una masacre contra el pueblo palestino y no siente remordimiento. Mató, a tiros de fusil, a hombres, mujeres y niños que protestaron contra las ilegalidades y el abuso de su territorio por parte de Benjamín Netanyahu y contra la vergonzosa decisión de Donald Trump de trasladar su embajada a Jerusalén. Y mató en vivo, sin pausa, con francotiradores y gases que ahogaban a bebés de brazos. Y asesinó justificándose, diciendo que no siempre se acierta al disparar a las piernas, que no se puede encarcelar a todos los que protestan. Que la culpa es de Hamás.
Un primer ministro como Netanyahu, con su sonrisa irónica y sus aplausos a la desgracia palestina, solo produce arcadas. Un mundo político, consciente de tamaña desgracia,...