Mis preocupaciones sobre el proceso de La Habana no se centran en el presidente, allá él, sino en sus impactos en la democracia y en las instituciones. Como todos los colombianos, menos los que se lucran con la guerra, quiero la paz. Y por mucho que me llamen fascista, ultraderecha, tiburón, buitre o perro, comparto la idea de que en principio resulta mejor una solución negociada. Pero esta no puede buscarse de cualquier manera y a cualquier costo. Debe hacerse en el marco del estado de derecho y con respeto pleno de la Constitución y la ley y no torciéndoles el pescuezo. Y eso es precisamente lo que hace el Gobierno.
Antes, Santos le daba una puñalada a la Carta Política y a las instituciones con la propuesta de reforma constitucional que busca...