Oriana Fallaci fue una gran preguntadora.
Para los periodistas que crecimos antes de las computadoras, la internet y los celulares, había pocas cosas que crearan más expectativa que la publicación de una entrevista de la reportera italiana. Se enfrentaba al poder como pocas y sus reportajes, casi siempre, terminaban en controversia. Uno podía pensar muchas cosas de La Fallaci, como le decían, pero era inevitable calificarla de valiente para esos encuentros con los poderosos.
Sus preguntas eran como un cuchillo. Cortaban. A veces terminaban con carreras. Y siempre golpeaban la fama y la reputación. Nadie se salvaba del látigo de sus puntiagudas interrogaciones. Preparaba sus preguntas pacientemente; eran precisas y tocaban donde más dolía. “Mis...