Ser antipático es un mal negocio. Catastrófico. En la vida y más aún en política. Por eso, si uno se ve obligado a subir los impuestos cuando se hartó de proclamar que jamás lo haría, conviene explicar en una intervención televisada las circunstancias que han forzado tal decisión, entonar con pesar el acto de contrición y pedir perdón de forma creíble. Por eso, si es necesario recortar el gasto público a marchas forzadas (y casi siempre lo es, pues dilapidar los dineros ajenos para asegurarnos la poltrona es una tentación irresistible) lo apropiado es aclarar por qué.
Los electores tienen derecho a que no se les trate como parias desde el día después del recuento de las urnas. Cuando uno se ve obligado a tomar medidas impopulares, lo inteligente es esclarecer cuál es el objetivo. Si se exige a la ciudadanía apretarse el cinturón, lo correcto es hacerlo con humildad, disculpándose y cuidando las formas. Ser amable casi siempre da buenos resultados en todos los órdenes de la vida. Que hay que cuidar a la parroquia, vaya.
Por eso, cuando uno sube los impuestos y esconde la cabeza bajo tierra, no puede esperar más que una patada en el trasero. Por eso, cuando uno recorta los derechos de los funcionarios (un rebaño al que siempre hay que tener contento si se pretende gobernar) y encima los insulta insinuando que hay mucho vago entre sus filas, lo normal es que a la primera oportunidad nos respondan con un “sheldoniano” zas en toda la cara. Por eso, cuando desde el poder se exprime el escuálido bolsillo de los ciudadanos aduciendo una necesidad excepcional, no se puede esperar que el personal haga la vista gorda ante la financiación irregular de nuestro partido, pase de largo el cobro generalizado de comisiones por cargos públicos y olvide actitudes chulescas y gansteriles de los que mandan.
El paso de la infancia a la edad adulta se caracteriza sobre todo por una cosa: la intolerancia a recibir lecciones de nadie (salvo alguien muy respetado) tras 15 años de obediencia forzada. Y cuando alguien pretende sentar cátedra y no predica con el ejemplo, lo normal es mandarlo a freír monas.
El vuelco político en las elecciones locales y regionales celebradas el pasado domingo en España deja claro que la economía no lo es todo. La derecha del PP liderada por Rajoy lo ha hecho casi todo bien en el gobierno central. Ha lidiado con la autoridad impuesta por Alemania en toda Europa para salir de la crisis logrando la cuadratura del círculo: que el PIB crezca a tasas próximas al 3 % pese a los recortes y volver a generar empleo. La derecha ha revertido la situación heredada por la nefasta gestión socialista con mano de hierro y así España se ha convertido en el ejemplo para todas las instituciones globales de cómo relanzar una economía al borde del precipicio en tiempo récord.
Sin embargo, le han perdido las formas. Algo crucial en política.
El resultado en las elecciones británicas celebradas hace apenas unas semanas, en las que los conservadores le dieron un giro a las encuestas apostando por la buena marcha de la economía, hizo creer a la derecha española en un milagro. Pero la arrogancia y la corrupción siempre pasan factura. Cameron gobernó la austeridad con diálogo (en coalición con los liberales). Mientras, en España, Rajoy aplicaba el rodillo de su mayoría sin piedad. Sin mirar el retrovisor electoral. El resultado económico es incontestable, pero el PP ha sido percibido como un partido antipático hasta entre sus bases.
Por eso, la derecha ha perdido buena parte del poder local a manos de las coaliciones que se formarán entre socialistas y la extrema izquierda bolivariana de Podemos. La alternancia es siempre buena y pese a los recelos que inspira un partido que encumbra la figura de Hugo Chávez hay que confiar en la bondad de la regeneración democrática. Si la izquierda la pifia, gobierna desde el rencor y se vuelve loca de venganza, cavará su próxima tumba electoral.
España se encuentra políticamente más dividida que nunca en su historia reciente por culpa de la arrogancia de los dos grandes partidos, que deberán darle la vuelta a la tortilla a toda mecha ante la inminencia de las elecciones generales a final de año si no quieren ver un retrato de Chávez colgado en todas partes en lugar del de Felipe VI y la reina Letizia. Que qué quieren que les diga, estéticamente no es lo mismo.