William M. Daley
En 1993 el presidente Bill Clinton me eligió como consejero especial para liderar la lucha por la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
El error que cometimos en los años 90 fue sobreestimar el impacto positivo del TLCAN. Hoy estamos cometiendo el error de subestimar lo que una derrota al Acuerdo Comercial Asia Pacífico significaría económica, global y políticamente.
Durante el debate del TLCAN, América estaba al borde de gran cambio. A plena vista estaba el colapso del Imperio Soviético, el aumento en la liberalización de la economía china y la intensificación de los esfuerzos internacionales por integrar las economías a nivel mundial.
En 1993, el internet estaba compuesto por apenas 130 sitios. Clinton, quien creía que un partido que aceptara el futuro siempre ganaría por encima de uno que lo evadiera, creía firmemente que aprobar al TLCAN era lo mejor para los intereses de la nación, la clase media y el partido demócrata.
El impacto económico del acuerdo inmediatamente dio un paso hacia atrás con el colapso del peso mexicano en 1994. Pero las predicciones de los oponentes de un “gran ruido de succión” (frase utilizada para referirse a la pérdida de empleos) que acompañaría la salida de millones de empleos de trabajadores americanos tampoco nunca se hizo realidad. Desde la ratificación del TLCAN hasta el final del último año de Clinton en el 2000, América generó más de 20 millones de empleos, incluyendo más de 300.000 en manufactura. Cuando empezó la baja en la manufactura en el 2001, los principales culpables eran la deslocalización de empleos hacia China, con quien no tenemos acuerdo comercial, y la automación.
Ahora el Congreso se alista para debatir el Acuerdo Trans-Pacífico, el cual abarca a 12 países en cuatro continentes y empequeñece al TLCAN en tamaño económico e importancia geopolítica.
Muchos en la izquierda y derecha políticas se oponen a la liberalización de las políticas de intercambio, así como lo hicieron durante el debate del TLCAN, pidiendo en cambio medidas proteccionistas. Pero están fuera de base.
No hay camino a la prosperidad de la clase media sin tumbar las barreras a las exportaciones americanas. Se espera que la economía mundial crezca en $60 trillones de dólares de aquí al 2030, siendo casi el 90 % de ese crecimiento fuera de los Estados Unidos.
Pero hoy de entre las 40 economías más grandes del mundo, los Estados Unidos ocupa el lugar 39 en cuanto a la parte de nuestro producto interno bruto que viene de las exportaciones. Esto es porque nuestros productos se enfrentan a inmensas barreras para entrar en el extranjero en forma de tarifas, cuotas y discriminación abierta.
Cuando desaparecen las barreras, prosperamos. En los 17 acuerdos comerciales que han hecho los Estados Unidos desde el 2000, nuestro balance comercial en el sector de bienes de la clase obrera pasó de menos de $3 billones a más de $31 billones.
Geopolíticamente, Obama también está en lo correcto. Si no ponemos las normas para el comercio en la región Asia-Pacífico, lo hará China. Desde el 2000 China ha llegado a acuerdos comerciales con 23 países, pero si se aprueba el ATP, los países más pobres del pacto tendrán que conformarse más a los estándares de los Estados Unidos, Japón, Australia y Canadá, todos parte del pacto propuesto.
Finalmente está la cuestión de política. Negarle al presidente la autoridad para negociar un acuerdo para llevar ante el congreso sería una reprimenda seria. Con gran parte de la oposición localizada en su propio partido, esto le diría a la nación que los demócratas han perdido confianza en el liderazgo económico del hombre que nos alejó de una cuasi-depresión. En efecto, el mismo partido de Obama le estaría arrebatando la habilidad para negociar intercambios comerciales que ha tenido todo presidente desde FDR, excepto Richard M. Nixon.
La sombra del TLCAN cuelga por encima de este acuerdo, pero la verdad es que tanto sus aspectos positivos como los negativos son más pequeños que lo que cualquiera admite. Ahora tenemos la oportunidad de guiar a una sección enorme de la economía mundial para que refleje nuestros propios altos estándares de comercio. ¿Por qué le negaríamos al presidente la oportunidad de aprovechar este momento?.