La Cámara de Diputados de Brasil acaba de elegir su nuevo presidente y las fracturas en la base aliada quedaron expuestas.
De la misma manera, el chorro de la operación “Lava Jato” (un plan de lavado de dinero) salpicó no solo a los empresarios y exdirigentes de la compañía de petróleo Petrobras (Petróleo Brasileño, S.A.) nombrados por el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), sino también a los eventuales beneficiarios de la corrupción que controlan el poder. La falta de agua y su desbordamiento energético seguirán ocupando los titulares.
No se necesita saber mucho de economía para entender que la deuda interna (¡3 trillones de reales!), el desequilibrio de los saldos de Petrobras y de las empresas eléctricas, la disminución de la recaudación fiscal, el inicio del desempleo especialmente en la manufactura, el aumento de las tasas de interés, el alza de las tarifas y las metas de inflación no alcanzadas dan pie a pronósticos negativos del crecimiento de la economía.
Todo esto es preocupante, pero no es lo que más me preocupa. Temo en especial dos cosas: que hayamos perdido el rumbo de la historia y el hecho de que la directiva nacional no perciba que la crisis que se avecina no es cualquier cosa. La desconfianza no es solo en la economía, es en el sistema político como un todo. Cuando ocurren esos procesos no ocupan los titulares de los periódicos. Cuando entra en la madera, el termite es imperceptible; cuando lo notamos es cuando la madera ya está podrida.
¿Por qué temo que hemos perdido el rumbo? Porque la elite gobernante no percibió las consecuencias del cambio en el orden global. Continúa viviendo en el periodo anterior, en el que la política de sustitución de importaciones era vital para la industrialización. Exageró, por ejemplo, al forzar el “contenido nacional” en la industria petrolera, se excedieron en la fabricación de “campeones nacionales” a costa de la Tesorería.
Los resultados están a la vista: quiebran las empresas beneficiarias del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, se planean, en locales inadecuados, refinerías “Premium” que acaban botadas en el foso de los proyectos inconclusos. O peor, cuando se ejecutan, es con la multiplicación del costo y de la corrupción.
Por la misma ceguera, para forzar a Petrobras a apropiarse del manto presalino, cambiaron la ley del petróleo que daba condiciones a la empresa estatal de competir en el mercado, la endeudaron y la distanciaron de la competencia. La medida que eximía a la empresa del concurso para las adquisiciones se transformó en mera protección de decisiones arbitrarias que facilitaron el desvío de los dineros públicos.
Más grave aun en el largo plazo: el gobierno no se dio cuenta de que Estados Unidos estaba cambiando su política energética, apostándole al gas de esquisto con nuevas tecnologías, buscando la autonomía y abaratando el costo del petróleo. El gobierno del PT le apostó al petróleo de gran profundidad, que es caro, descontinuó el etanol por la política suicida de control de precios de la gasolina, que lo volvió poco competitivo y, todavía de remate (esta vez por la acción directa de la otra mandamás), redujo la tarifa de la energía eléctrica en momentos de expansión del consumo, además de haber tomado medidas fiscales que pusieron en números rojos a las hidroeléctricas.
Me preocupan las dificultades a las que se enfrentará el pueblo y la pérdida de oportunidades históricas. Se mantiene el rumbo actual, Brasil perderá un momento histórico y las generaciones futuras pagarán el precio de los errores de quienes hoy dirigen el país. Después de 12 años de intento continuo de desmoralización de casi todo lo que hizo mi gobierno, yo bien podría decir: estoy viendo. El PT besó la cruz, trata de practicar todo lo que negó en el pasado: ajuste fiscal, metas de inflación, apertura de sectores públicos al capital privado y hasta al “capital extranjero”, como en el caso de los planes de salud.
Queda, por lo tanto, la justicia. Que ésta siga adelante con la depuración, que no se pongan insuperables a los jueces, a los procuradores, a los delegados o a los medios. Que tenga la osadía de llegar hasta las más altas jerarquías, si efectivamente son culpables. Que el Tribunal Federal Supremo no empañe su tradición reciente. Y, principalmente, que los políticos, desde los que están en el gobierno hasta los de la oposición, no se laven las manos. No dejemos sola a la justicia.
Todos somos responsables ante Brasil, si bien en forma desigual. Que cada sector público cumpla su parte y, en conjunto, cambiemos las reglas del juego partidario electoral, so pena de vernos hundidos en una crisis que resultaría más grande que nosotros.