Cuesta creer lo que está pasando. Por surrealista. Por inverosímil. Porque este futuro que vivimos se parece tanto al pasado. A la irracionalidad que se asumía sepultada en los desastres de la geopolítica del siglo XX. Porque nos sentíamos mejores que los europeos de las dos grandes guerras y sus nazismos y sus fascismos. Superiores a los nacionalismos exacerbados y el patriotismo que en cada discurso salpicaba al otro la saliva del odio.
Pero todo ha vuelto como una cachetada a los logros sociales. Con la quijada colgante tenemos que soportar que, en pleno 2016, un tipo con su cabeza rapada a los lados y un mechón peinado hacia la derecha, se autoproclame legítimo hijo del sol. De raza pura. Defensor de los descendientes de europeos en América...