Los países, como las personas, tienen momentos cumbre. Son intervalos de partición en que se aprietan los pliegues de la historia. Se esperaron durante años, quizá siglos, y un día se presentan atenazando el aire.
Hasta entonces la existencia era una, de ahí en adelante se apresura la novedad. Los ciudadanos, encallecidos y sin esperanza, de pronto se sacuden ante el peso del acontecimiento insuperable.
Muchos se botan a los parques a festejar, otros miran hacia adentro y se alegran de que allá afuera reinen las risas. Los elementos de la naturaleza, animales, árboles, ríos, nubes, por encima son iguales a los primeros días de la evolución. Bien vistos, también resuenan con los nervios de los hombres.
En estos trances de gala, la política queda...