El narcotráfico acaba de carcomer, de podrir, lo que queda de las guerrillas. Como nunca antes en la historia colombiana, sobreviven bandas disfrazadas de “ejércitos del pueblo” y retóricas de izquierda, dedicadas a cuidar, monopolizar y transar las áreas de cultivo, la pasta de coca y la cocaína de los laboratorios ubicados en los territorios en que operan.
Qué explicarían hoy “los camaradas Manuel Pérez, Raúl Reyes o Iván Ríos”, que se indignaban cuando la prensa señalaba alguna relación entre la insurgencia y las mafias. Ellos que no admitían preguntas ni dudas metódicas frente al vínculo muy estrecho de sus hombres y los carteles. Un contubernio ahora sin vergüenza ni ocultamientos.
A la mano estuvo siempre el reclamo según el cual se trataba...