Cuando un periodista sale de misión por las calles, campos, bosques y selvas de esta Latinoamérica todavía poblada de tanta inhumanidad, apenas lleva consigo un lapicero, una libreta y una grabadora o una cámara de fotografía con su juego de lentes. Acaso también un morral con prendas escasas y gastadas que dobló en casa la noche anterior mientras conversaba con su esposa, sus padres o algún hermano presentes en aquel ritual de despedidas y regresos inciertos.
Este sábado 14 de abril miro las fotos que se regaron por las redes sociales en las que aparecen los cuerpos fulminados por las balas de los reporteros Javier Ortega y Paúl Rivas y su conductor Efraín Segarra. En un contraste estremecedor, a las puertas de este diario cuelga una pancarta...