Y todo se puso negro. Hace unos días, mis vecinos y yo quisimos saludar como de costumbre al portero de turno pero no fue posible. Solo escuchamos su voz tras el cristal, oscuro de repente.
Por “motivos de seguridad”, el vidrio de la portería ahora es “polarizado”, es decir, los porteros sí podrán vernos pero nosotros no a ellos. Una de esas mañanas posteriores a la medida y cerca a las 6 a. m., la portería parecía un sitio desolado, casi nadie hablaba. Y claro, muchos de los que se sientan cerca de ahí acostumbran conversar con el portero de turno mientras esperan que los recojan. Esa medida de polarizar los vidrios también se ha vuelto popular en varias urbanizaciones que argumentan sentirse más seguras de esa forma ante ladrones, estafadores y sucesos delincuenciales.
Desde que volví a Medellín, una de las cosas que más me ha llamado la atención es el aumento de vehículos con vidrios oscuros. Muchos argumentan tenerlos para evitar ser asaltados o que sus hijos sufran agresiones. Hay personas con otras razones: no quieren ser reconocidos o les molesta el sol. Para lograr que los vidrios de un vehículo sean completamente polarizados, hay que solicitar una autorización ante la Policía y hacer una serie de trámites. Los encargados de suministrar estas autorizaciones y permisos dicen que cada vez aumentan más las personas que los solicitan.
Ante esta tendencia y otras que se ven en las calles, surgen preguntas: ¿se está apoderando el miedo de nuestras ciudades ante las historias de robos y delitos? Esta semana, en el Foro Mundial de la Bicicleta, Lina López, de Encicla, mencionó que muchas de las personas que viven en Medellín no usan ese vehículo por miedo. Miedo a que los atraquen o lastimen. También surgen otros interrogantes: ¿algunos sectores urbanos se están convirtiendo en fortalezas? ¿Cada vez nos aislamos más para sentirnos más seguros?, ¿A pesar de la inversión y avances proclamados por la Alcaldía, por qué algunos sienten tanto miedo?
El profesor Federico Medina escribió hace un tiempo ya una investigación titulada “Del barrio al feudo”, en la que explica cómo en muchas ciudades actuales, “los lugares de encuentro desaparecen y pierden su función y el habitante gradualmente abandona la esfera pública a favor de un ambiente protegido y restrictivo. Se crean microsociedades, cada una de ellas individualiza un territorio y lo convierte en su propio centro y al cerrarse sobre él lo hace inaccesible”. En España se les llama Lunas Negras a los vidrios polarizados y los vehículos solo pueden tenerlos parcialmente para que sea posible mirar y reconocer al conductor. Se prohiben en edificios. Se conoce también como Luna Negra al período en que la Luna está tan cerca del Sol en el cielo que no puede ser vista desde la Tierra, está totalmente ausente. Esta ciudad necesita más encuentros con otras personas, menos oscuridad, más luz de luna. El poeta Jaime Sabines lo dijo: “para los condenados a muerte y para los condenados a vida no hay mejor estimulante que la luna en dosis”. Y no precisamente negra.