Acaba de decir que no es dictador, pero que le gustaría convertirse en uno, tentado por las descalificaciones de sus opositores y enemigos. No se entera de que cada vez el mundo recibe más señales suyas de desprecio por el orden democrático y de nuevos golpes a la desfigurada institucionalidad venezolana.
Solo él, Nicolás Maduro, con ese tropicalismo ramplón, puede creer que la elección de la Asamblea Constituyente del pasado domingo le otorgó más de ocho millones de votos a los candidatos de bolsillo que puso para garantizarse un control político absoluto que, seguro, le permitirá redactar cambios constitucionales que acaben de perpetuarlo en el poder, con su camarilla, otros ocho o diez años.
Pobre Venezuela con esa clase de “estadista” al frente...