Es como si a ustedes les quebraran las piernas y no pudieran caminar. Así es como me sentí el viernes en la mañana cuando después de un vuelo de alrededor de 45 minutos de duración, descubrí mi silla de ruedas desajustada y que representaba un riesgo usarla. La situación me sucedió en la ciudad de Cali por la misma aerolínea por la cual acostumbro a viajar con frecuencia para dictar clase de maestría en una Universidad privada del suroccidente Colombiano.
Invadida por la indignación, expuse mi queja ante un amable funcionario que reconoció la falla de la empresa en el embalaje de estos artículos. Para poder dictar clase, acepté la silla de ruedas que me facilitaron temporalmente en el aeropuerto. Un amigo activista me escribió por Twitter: “Estar...